Después de “La calavera de Connemara”, Pol López vuelve a zambullirse en el universo feroz y juguetón de Martin McDonagh con “La Mà”, una comedia negra tan hilarante como aterradora que Pau Carrió conduce con bisturí. La acción se encierra en un motel de mala muerte de la América profunda, un cuarto que huele a desinfectante barato y derrota, donde se cruzan cuatro almas a punto de estallar.
Carmichael (López) lleva veintisiete años obsesionado con encontrar la mano que le cercenaron de niño. Una joven pareja de traficantes de tercera -dos buscavidas que prometen tener la mano disecada- aparece con la mercancía; el recepcionista excéntrico del hotel decide meter las narices y el castillo de naipes se derrumba. McDonagh hace lo suyo: cada giro complica el anterior y todo lo que puede salir mal, sale peor, con carcajadas incómodas y ese vértigo moral tan propio del autor.
Carrió levanta una puesta en escena afilada y rítmica, que exprime el juego del gato y el ratón sin perder el pulso cómico. Pol López borda a un Carmichael volcánico, capaz de pasar del nihilismo al patetismo en un pestañeo; Albert Prat dosifica con precisión el desparpajo cínico; Mia Sala-Potau aporta una fisura de humanidad en medio del mercadeo grotesco; y Soribah Ceesay confirma que su debut tiene madera de futuro. En 95 minutos sin grasa, “La Mà” dispara la risa y, a la vez, nos deja el eco de una pregunta incómoda: ¿qué nos hacemos a nosotros mismos cuando convertimos el dolor en mercancía?
En La Villarroel, McDonagh vuelve a demostrar que la comedia puede ser el arma más cruel -y más lúcida- para hablar de la violencia, la soledad y la necesidad de creer en algo, aunque sea en una mano perdida. Salimos riendo. Y con un pequeño temblor en los dedos.



