Val Gardena ha tocado techo. La imagen perfecta del monte Seceda, a 2.519 metros de altitud –esa afilada cresta verde que corona los Dolomitas-, y desde la cual parten diversos senderos, se ha convertido en víctima de su propio éxito. Más de 8.000 visitantes en un solo día han empujado a los propietarios de los pastizales a cobrar una entrada de 5 euros por acceder a algunos de sus senderos, con la esperanza de frenar una masificación ya insostenible.
El peaje no es solo una medida económica. Es un grito de auxilio. Lo dice con claridad Georg Rabanser, uno de los agricultores que gestiona estos prados de alta montaña: “Mientras los operadores turísticos ganan grandes sumas, nosotros solo acumulamos costes y perjuicios, desde basura abandonada hasta el deterioro de los pastos por hordas de visitantes maleducados”, lamentó al diario Alto Adige.
El encanto que se volvió viral… y problemático
Ubicado en el corazón del Parque Natural Puez–Odle, el sendero que corona Seceda ofrece una de las postales más icónicas de los Alpes italianos. Su acceso sencillo desde el teleférico de Ortisei –34 euros ida y vuelta- lo ha convertido en un reclamo irresistible para turistas ocasionales, aficionados del senderismo e influencers en busca de la instantánea perfecta.
El “sendero 1”, que conecta con el mirador de la Forcella Pana, se ha ganado a pulso su apodo de “sendero de los selfies”. Pero tras la estampa de ensueño se esconde una realidad menos glamurosa: residuos, pisoteo de la flora alpina, saturación en los refugios y ausencia de infraestructuras sanitarias.
Colas, torniquetes y una sensación de parque temático
Las imágenes difundidas el pasado 22 de julio en redes sociales mostraban una escena más propia de un parque temático que de una experiencia de montaña: largas colas en las estaciones del teleférico de Ortisei y Furnes, con centenares de personas esperando su turno bajo el sol, móviles en mano.
Las comparaciones no tardaron en llegar. “Seceda parece Disneylandia”, comentaban algunos usuarios. Una percepción que se ha visto alimentada por la instalación de torniquetes en senderos naturales, convertidos en accesos de pago. Las críticas han estallado no solo entre montañeros tradicionales, sino también entre sectores ecologistas.
El malestar ha crecido todavía más tras conocerse que la empresa gestora del teleférico ha solicitado autorización para triplicar la capacidad del sistema de ascenso, lo que podría disparar aún más la presión sobre el entorno. La Provincia Autónoma de Bolzano ha reaccionado pidiendo una Evaluación de Impacto Ambiental, ante el riesgo de dañar el frágil equilibrio ecológico de la zona. “Hasta las marmotas están en peligro”, denuncian colectivos ambientalistas.

Debate abierto: ¿hay que pagar por proteger?
Aunque la Agencia Provincial de Turismo (APT) ha reforzado la vigilancia con cuatro guardabosques, su tarea parece insuficiente. El presidente del Club Alpino de Alto Adige ha lanzado una advertencia: si esta situación se normaliza, cada propietario de un terreno atravesado por un sendero podría imponer su propio peaje, abriendo una peligrosa vía de privatización del acceso a la montaña.
Mientras tanto, el presidente de la APT de Santa Cristina, Lukas Demetz, cuestiona la legalidad del cobro e insinúa que los propietarios simplemente buscan una compensación económica tras rechazar otras fórmulas de ayuda.
Un lugar inolvidable… pero desbordado
Recorrer Seceda es, sin duda, una de las experiencias más espectaculares de los Dolomitas. Ya sea por el sendero hacia el Refugio Firenze o en dirección a Pieralongia, el espectáculo natural sigue siendo inolvidable. Las cabañas alpinas, la gastronomía local y las vistas del macizo de los Odle forman parte del imaginario de todo viajero.
Pero ese mismo deseo de visitarlo —masivo, simultáneo y descontrolado— amenaza con desdibujar su esencia.
La montaña pide calma, pero el turismo va a toda velocidad.
¿Es este el futuro del senderismo?
La situación de Seceda no es un caso aislado. Es un espejo de lo que empieza a ocurrir en muchos destinos de montaña europeos, donde la presión turística, potenciada por redes sociales y marketing visual, amenaza los mismos valores que vendemos: la tranquilidad, la pureza del paisaje, la desconexión.
En España tenemos también algunos ejemplos evidentes, por citar el más conocido, la Ruta del Cares, en los Picos de Europa, que durante el mes de agosto suele alcanzar el límite de su capacidad, con tramos masificados y una experiencia cada vez más alejada de la naturaleza salvaje que promete. Pero hay otros muchos: senderos en el Pirineo aragonés, la sierra de Tramuntana o el Teide comienzan a mostrar signos de saturación creciente.
Más allá del debate ecológico, legal o económico, la pregunta es si la experiencia de montaña debe regularse por aforo, conciencia o precio. Lo cierto es que el idilio entre el visitante y la alta montaña ya no es tan inocente. Y lugares como Seceda, donde la belleza se convierte en viralidad y la viralidad en desgaste, nos recuerdan que la conservación no es opcional.



