Recorrer en solitario los casi 1.200 kilómetros que separan la Bahía Hércules del Polo Sur Geográfico no es un reto para cualquiera. Antonio de la Rosa, reconocido aventurero español, decidió enfrentarse al desafío más extremo de su carrera el pasado 9 de diciembre de 2024. Durante 39 días, atravesó el corazón de uno de los entornos más hostiles del planeta, con temperaturas que alcanzaron los -50 °C, vientos huracanados de hasta 70 km/h, y un paisaje tan brutal como fascinante.
Con unos esquís como aliados y un trineo de 70 kilos cargado con todo lo necesario para sobrevivir, Antonio superó tormentas, nieve traicionera y las inevitables batallas mentales que surgen cuando el aislamiento y las adversidades climáticas se alían en tu contra. Esta gesta no solo reafirma su lugar entre los exploradores más destacados de la actualidad, sino que también pone de manifiesto su capacidad para resistir donde otros abandonan.
En esta entrevista, Antonio de la Rosa relata los momentos más críticos de su travesía, incluyendo la peligrosa fotoqueratitis, conocida como ceguera de las nieves, las extremas condiciones que obligaron a otros aventureros a abandonar, y, sobre todo, lo que lo motiva a seguir explorando los límites de lo posible.

Antonio de la Rosa: “Hubo momentos de incertidumbre total, pero aprendí a confiar en la paciencia y mi capacidad de resistencia.”
Antonio, recorrer en solitario los casi 1.200 kilómetros entre la Bahía Hércules y el Polo Sur Geográfico es, sin duda, un reto descomunal. Cuéntanos, ¿cómo fueron los primeros días de la expedición y qué desafíos te encontraste al inicio del recorrido?
– El inicio fue especialmente duro, una verdadera prueba de resistencia desde el primer día. Me enfrenté a un ascenso inicial de más de 1.000 metros de desnivel, todo mientras arrastraba un trineo de 70 kilos. Ese esfuerzo fue un golpe físico muy significativo, porque, aunque sabía que el desnivel sería un desafío, no imaginaba lo exigente que sería cargar con tanto peso en un terreno tan complicado.
¿Las condiciones climáticas jugaron en tu contra desde el principio?
– Asi es. Me encontré con una acumulación inusual de nieve que hizo el avance mucho más lento y pesado de lo que había previsto. Tenía que abrir huella constantemente con los esquís, y eso, aunque puede parecer algo habitual, se convierte en un desgaste brutal, incluso en el llamado «verano antártico». Los primeros días fueron una especie de batalla de adaptación, no solo para ajustar el ritmo físico, sino también para empezar a afrontar mentalmente lo que tenía por delante.
Uno de los momentos más críticos de la expedición fue la «ceguera de las nieves». ¿Qué ocurrió exactamente?
– Sí, fue un momento realmente complicado. Durante una jornada con una densa niebla, tomé la mala decisión de avanzar sin las gafas de protección ocular. Esto me provocó una fuerte irritación en las córneas, lo que conocemos como «ceguera de las nieves». La situación fue delicada. Tuve que detener la marcha y permanecer tres días en mi tienda, prácticamente a ciegas, esperando recuperar la vista. Fueron momentos de mucha incertidumbre y reflexión, pero no había otra opción más que ser paciente y confiar en que podría seguir adelante.

“Durante tres días, estuve completamente ciego por la ceguera de las nieves; cada movimiento era un desafío y en algún momento pense en peedir el rescate.”
¿Realmente llegaste a pensar en retirarte?
– Sí, pensé en pedir rescate. Por supuesto que lo pensé. En esos momentos de incertidumbre absoluta, lo primero que pasa por tu cabeza es que todo podría haber terminado. Cuando sufrí la ceguera de las nieves, estuve algo más de 60 horas en la tienda de campaña, inmovilizado. Fue una tarde en la que comenzó todo, y esa tarde se extendió al día siguiente y luego otras 48 horas más. Claro que pensé en retirarme, porque al día siguiente, cuando intenté abrir los ojos, no veía absolutamente nada. Pensé que me tendrían que rescatar porque parecía que aquello no tenía solución.
¿Habías oído hablar antes de esta afección o fue algo totalmente nuevo para ti?
La verdad es que no conocía mucho sobre la ceguera de las nieves. Sabía de casos, como el de Juanito Oiarzabal, al que tuvieron que rescatar por algo similar en la montaña, pero lo mío fue muy grave. Yo no podía abrir los ojos. Cuando lo intentaba, era como si me entrara fuego en ellos. En esas primeras 24 horas, estuve debatiendo si pedir un rescate o no, porque la incertidumbre era enorme.
¿Cómo manejaste estar solo en la inmensidad de la Antártida y las «batallas» mentales que surgieron?
Fue duro, pero por suerte, pude hablar con los médicos de Antarctic Logistics, que me tranquilizaron un poco. Me explicaron que normalmente estas lesiones duran entre 48 y 72 horas, aunque no podían evaluar la gravedad sin verme en persona. Me dijeron que, como no tenía pus en los ojos, había esperanza de recuperación, pero para mí fue durísimo. Todo lo tenía que hacer a ciegas, moverme dentro de la tienda, buscar cosas… y cada movimiento era un desafío.

¿Las consultas por teléfono satelital fueron determinantes en tu decisión de continuar?
Sin duda, fueron clave. Además, consulté con Carlos, un amigo granadino que es médico de altura y ha trabajado en el Himalaya con expediciones como las de Carlos Soria. También ha colaborado en retos como el Reto Pelayo en Perú, así que tiene muchísima experiencia. Él me dio consejos y me recomendó usar una crema antibiótica que, por suerte, llevaba en mi equipo. Esa crema fue clave para aliviar los síntomas. Luego, hablé con un cirujano oftalmólogo, amigo de mi socio en CicloLodge, que terminó por tranquilizarme, asegurándome que lo peor ya había pasado y que lo único que debía hacer ahora era protegerme bien para evitar que esto volviera a ocurrir.
“La acumulación de nieve, los sastruguis y las tormentas hicieron del recorrido un desafío extremo en cada kilómetro.”
¿Cómo afrontas la protección de tus ojos a partir de esta experiencia?
Ahora soy más consciente que nunca. Siempre me he cuidado mucho los ojos, porque tengo los ojos azules y soy muy sensible al sol. De hecho, no puedo salir a la calle sin gafas. Pero esto fue un despiste. ¿quién iba a pensar que, con una niebla cerrada y sin sol aparente, podría quemarme los ojos? Aprendí una lección importante. Nunca se debe bajar la guardia con la protección ocular. Y en mi caso, si me vuelve a pasar algo así, podría enfrentarme a problemas graves.
Además de este problema, ¿qué otras dificultades climáticas enfrentaste?
– Las tormentas antárticas no me dieron tregua. En varios momentos me encontré con vientos superiores a 70 km/h y temperaturas con una sensación térmica de hasta -45 °C. Estas condiciones no solo afectaban físicamente, sino también psicológicamente. El terreno no era uniforme y tuve que cruzar numerosas formaciones de nieve y hielo llamadas «sastruguis», algunas de más de un metro de altura. Estas crestas no solo dificultaban el avance, sino que también requerían un esfuerzo extra para maniobrar el trineo entre ellas.

¿Cómo fue tu ritmo diario durante la expedición?
– Mantuve un ritmo diario que me permitió avanzar una media de 30 kilómetros al día. Por supuesto, no todos los días fueron iguales. Algunas jornadas fueron auténticas maratones, de hasta 13 horas de esfuerzo continuo, en las que llegué a cubrir 45 kilómetros. La clave fue mantenerme enfocado, disciplinado y no perder la motivación. Sabía que cada día debía acercarme un poco más al objetivo, sin importar las condiciones.
Y además de la exigencia física, perdiste bastantes kilos a lo largo de la travesía antártica…
– La pérdida de peso ha sido brutal. En solo 39 días, he bajado entre 15 y 17 kilos. Esto lo tenía previsto y, de hecho, llegué con una sobrecarga de peso intencionada, porque en este tipo de expediciones es fundamental. Empecé la travesía con 90 kg, sabiendo que mi peso óptimo en plena forma es 82 kg, y terminé con 73 kg. Es una pérdida bastante lógica, especialmente porque mi planteamiento inicial era un ritmo rápido para batir el récord, lo que significaba llevar una ingesta muy ajustada de calorías. Tuve que reducir la alimentación a 3.000-3.500 calorías diarias, cuando en estas condiciones extremas, a -40 °C, el cuerpo puede llegar a consumir entre 8.000 y 10.000 calorías al día. La diferencia es enorme, y el desgaste se nota.
“Superar el récord del francés Vincent Colliard de 22 dias requiere un año con condiciones perfectas, preparación extrema y algo de suerte.”
Este año, varios expedicionarios, que se propusieron el mismo reto, tuvieron que abandonarlo debido a las extremas condiciones de la Antártida. ¿Cómo viviste esa situación y qué significado tuvo para ti completar la travesía?
– Fue un recordatorio constante de lo duras que eran las condiciones este año. Expedicionarios como Kristin Harila, una reconocida alpinista noruega –posee el récord de ascender a los 14 ochomiles en 92 días con oxigeno– y el también noruego Akteigland, que iban a por el récord de la travesía, tuvieron que renunciar debido a lesiones y agotamiento. Sus abandonos mostraron lo exigente que estaba siendo esta temporada. Para mí, significó un desafío adicional, pero también un motivo de orgullo y motivación al poder completar la travesía cuando tantos otros no pudieron hacerlo.
Antonio, superar el récord de Vincent Colliard en esta travesía parece una hazaña casi imposible. Él logró recorrer los 1.130 kilómetros entre Hercules Inlet y el Polo Sur Geográfico en 22 días, 6 horas y 8 minutos, un tiempo espectacular alcanzado entre el 20 de diciembre de 2023 y el 11 de enero de 2024. ¿Qué opinas sobre este registro y las condiciones necesarias para batirlo?
– Sin duda, ese récord es una auténtica barbaridad. Vincent Colliard es un súper atleta y un explorador increíble, además de ser el alumno aventajado de grandes figuras como Børge Ousland, uno de los mejores aventureros polares. Él era la persona ideal para batir ese récord.
¿Saliste con el objetivo de batir el récord desde el principio?
– Te digo la verdad… salí a por el récord. Soy muy competitivo, ya me conoces, y mi plan era intentarlo. Llevé la comida justa y me organicé pensando en ir rápido. Incluso durante los primeros cinco días mantuve un ritmo que estaba en tiempo de récord, con una media diaria superior a los 40 kilómetros que hizo Vincent al principio de su expedición. Sin embargo, la realidad es que para superar ese registro no solo depende de tu forma física o tu planificación, también necesitas que el tiempo te acompañe.

“Partí con el objetivo de batir el récord de la travesía, pero las condiciones climatológicas no me acompañaron.”
¿Qué marcó la diferencia entre tu experiencia y la de Vincent?
El año pasado, Vincent tuvo mucha suerte con las condiciones climáticas. Hubo muy poca nieve, no enfrentó vientos fuertes al principio y las condiciones generales le permitieron mantener una velocidad increíble. En cambio, en mi caso, la acumulación de nieve, las tormentas y otros factores hicieron que las cosas se complicaran. Además, cometí errores en la preparación del equipo. Llevaba unos 10 kilos de material extra que no utilicé, algo que no te puedes permitir si buscas batir un tiempo así.
Tal y como lo explicas, parece que para superar ese récord son imprescindibles unas condiciones casi perfectas. ¿Es así?
A pesar de todo, te digo con seguridad que, si las condiciones hubieran sido perfectas para mí y no hubiera sufrido el episodio de la ceguera de las nieves, no habría estado lejos de ese récord. Tal vez no lo hubiera batido, pero habría quedado muy cerca. Llegué a esta expedición fuerte y muy motivado, pero al final las circunstancias me pusieron en mi sitio. Ese tiempo de 22 días es impresionante, pero necesitas un año favorable climatolgicamente, mucha preparación y un poco de suerte para siquiera acercarte.
“Voy a tomarme un respiro y dedicarme a aventuras más pequeñas, pero el océano Índico a remo me espera en 2027 o 2028.”
Antonio, ¿cómo describirías este reto en el contexto de tu carrera como aventurero?
– Sin duda, este ha sido uno de los mayores desafíos de mi vida. No es mi primera expedición en condiciones extremas. He realizado travesías en solitario por cuatro océanos y expediciones con esquís en Alaska, el lago Baikal y Laponia. Sin embargo, esta aventura al Polo Sur es especial porque consolida mi trayectoria como explorador y refuerza mi compromiso con el espíritu de la exploración. Es una gesta que me confirma que, con preparación, disciplina y determinación, es posible enfrentarse a los límites más extremos.
¿Qué planes tienes ahora tras esta expedición tan exigente?
Voy a tomarme un respiro de dos o tres años. Necesito un descanso para desconectar de proyectos tan intensos como este. Aunque voy a seguir haciendo aventuras locales y manteniendo el espíritu de exploración, no tengo previsto embarcarme en grandes retos a corto plazo. Tenía en mente desarrollar el proyecto de cruzar a remo el Índico, algo que me ilusiona mucho, pero he decidido posponerlo hasta 2027 o 2028. Ahora quiero centrarme en disfrutar de aventuras más pequeñas y dedicar tiempo a recargar energías antes de volver a enfrentarme a un desafío de semejante envergadura.